Paloma Navares viene practicando una genuina interacción entre un universo poético y conceptual de signo feminista y una investigación de los medios o soportes diversos que utiliza en sus obras e instalaciones. De este modo sea mediante novedosos materiales industriales o mediante dispositivos visuales y sonoros, expone una peculiar creación de formas que evoca una cultura de larga y compleja memoria.
Tanto la serie de Cantos rodados (2003) como la de Flores de mi jardín (2006) se inscriben bajo la denominación Dedicatorias.
En los Cantos aparecen grafiados textos y referencias a escritores y escritoras como Virginia Wolf, Paul Celan, Anne Sexton, Alejandra Pizernik, Alfonsina Storni, Omar Jayyam, Asara Kofma o Sylvia Plath. Toda una memoria de singularidades expresivas, de temporalidades heterogéneas y existencias ausentes es convocada en una imagen que condensa lo emocional y lo conceptual. Cantos de tantas travesías reales o imaginarias, duraderas o efímeras: deseadas, al fin y al cabo.
En la serie Mujer de Samurai (2008), que prolonga la de Flores..., fragmentos de misteriosas orquídeas son mostrados con figuras de mujeres cuya existencia anónima subordinada al cuidado del hombre, en este caso del Samurai, le permite cifrar un rasgo ostensivo de la condición femenina: su exclusión de la esfera pública. En sus obras diríase que moviliza un saber poético en una indagación antropológica sobre las afecciones del alma y del cuerpo; o una especie de melancolía crítica que recrea la existencia trágica de cualquier ser humano.
¿Y esta existencia no es acaso un laberinto en el que, sin poder hallar salida definitiva, podemos inventar nuevos senderos para otras experiencias? Tal sería la cuestión que, en sus obras, esta artista deja siempre abierta.