La creación artística y literaria, en sus mejores obras ha sido y es una fuente de interrogación y puesta en cultura permanente de eso que llamamos “valores democráticos” en cada contexto social-histórico. Así, por ejemplo, ya desde los orígenes de la democracia en la antigüedad griega, es sabido cómo las tragedias atenienses fueron el primer gran caso histórico donde se desplegó esa facultad de reflexionar con medios poéticos. Pero fueron algo más: una fascinante herramienta de la paideia, de la mediación pedagógica y catártica que educaba y al mismo tiempo instituía ciudadanos más lúcidos y autónomos. Por ello las tragedias fueron un medio formidable de autoinstitución reciproca de valores ciudadanos y democráticos. Muchos siglos después en las ciudades renacentistas italianas, las artes y la creación literaria jugarán también un extraordinario papel tanto en el desarrollo de la imaginación y del conocimiento como en la emergencia de un espacio público nuevo sobre la base de valores humanistas. La propia génesis de la modernidad permitirá el desarrollo de valores democráticos, que encontrarán posteriormente una nueva síntesis en la Declaración universal de los derechos humanos. La creación literaria y artística acompañará y favorecerá ese proceso de reconocimiento y expansión de valores e imaginarios democráticos. Y puesto que ese empeño no se agota, sino que se actualiza bajo nuevas formas y significaciones, lo sustantivo reside en que asimismo el reconocimiento de esos derechos y libertades no están dados ni garantizados de una vez para siempre, sino que necesitan ser protegidos y recreados forma continuada. Tal sería entonces una de las tareas de la cultura en una sociedad democrática: la renovación de esos imaginarios de todo lo que, en el espacio público de una sociedad, trasciende lo puramente funcional o instrumental y presenta una dimensión casi imperceptible, positivamente asumida por la ciudadanía. Las obras artísticas y culturales relevantes son, no obstante, paradójicas, puesto que pueden afirmar y al tiempo revocar los valores de la sociedad.
La creación artística puede indagar de un modo genuino en la existencia humana, puede dar testimonio y generar obras en las que la colectividad se reconoce, puede asimismo hacer emerger formas y significaciones nuevas que no están determinadas por lo ya existente o instituido. Esa potencia de la acción artística para crear nuevas figuras de lo pensable y de lo experimentable hace que exista un vínculo profundo entre la creación artística y la democrática. Ambas pueden procurarnos una subjetividad más libre y emancipada, que permita experimentar la vida en común, la autonomía y la institución de lo social. Sabido es que las cuestiones estéticas, éticas y políticas pueden ser imbricadas de modos diversos y dispares; y que entre esos dominios de la praxis humana no hay una relación transparente ni unívoca. Por esa razón cada artista dispone su eficacia estética mediante rodeos, analogías, símbolos, enigmas y creación de formas e imágenes que entrelazan el sentido y el sinsentido en su anhelo de crear obras complejas y abiertas en sus significaciones y en su recepción por públicos diversos. Entonces un nuevo paisaje de lo decible, visible y factible diríase que es recreado en nuestra recepción crítica de las obras de arte. No obstante, ese diálogo activa asimismo una dimensión misteriosa o un resto de sentido que no podemos elucidar racionalmente, pero que podemos experimentar.
Rafaela Romero, presidenta de las Juntas Generales de Gipuzkoa en la legislatura 2007-2011, y con el apoyo de todos los grupos políticos representados en esta institución, me invitó a desarrollar una propuesta para la creación de un fondo de arte contemporáneo que se relacionara con la democracia, sus valores y dilemas. Las obras reunidas hasta este momento manifiestan un haz plural de miradas y posiciones sobre la emancipación feminista, la significación primigenia de la idea de democracia, la memoria y sus poéticas/políticas, los paisajes entrópicos y la sensibilidad ecológica, o sobre la condición humana y la violencia latente que está en el origen del vínculo social y en el devenir de la vida. Mediante imágenes poéticas, dispositivos y metáforas visuales esas y otras cuestiones son enunciadas por las obras seleccionadas y realizadas por Ibon Aranberri, Txomin Badiola, Pello Irazu, Eduardo López, Paloma Navares, Iñaki Olazabal, Eugenio Ortiz y Azucena Vieites. Se trata de un modesto fondo de obras que establecen un acendrado diálogo crítico con nuestra sociedad y sus desafíos contemporáneos. En el futuro ese fondo podría ser ampliado con nuevas propuestas y artistas que incorporen otros imaginarios a esa indagación que no cesa nunca. El arte y la acción política pueden favorecer el desarrollo de valores comunitarios desde la no identidad, pueden hablarnos de forma diferida de la necesidad de recrear permanentemente esa institución de lo común preservando la libertad y la pluralidad.
Fernando Golvano