Pello Irazu

Sombra, 2008

Pintura sobre papel impreso (65 x 50 cm).
Impresión digital sobre papel Annehmulle (70,5 x 52,5 cm).
Fundición de aluminio y pintura (60 x 42 x 52,5 cm).

En los años ochenta emerge en el arte vasco una nueva orientación escultórica que se apropia de algunos postulados oteizianos así como de diversos enfoques provenientes del minimalismo, del conceptual o de la nueva escultura británica. Esa nueva trama, en la que Irazu participó junto a Bados, Morquillas, Badiola, Moraza y otros, tuvo en la muestra Mitos y delitos (1985) su momento de ruptura con la vanguardia artística vasca protagonizada por Oteiza, Chillida, Ibarrola, Mendiburu, Basterretxea, entre otros.

En Pello Irazu, y en artistas de su generación, se reconoce asimismo una apropiación crítica de las poéticas abstractas y constructivistas de las vanguardias históricas; pero todo ese bagaje se recrea y pone en forma bajo otras determinaciones de su imaginación y de su sensibilidad neoobjetual.

Todo un inventario de objetos cotidianos, de imágenes de la cultura contemporánea o citas de los medios de comunicación queda resemantizado en su praxis artística. Pero no elude mostrar las extrañezas y paradojas que acompañan su génesis constructiva. «Cuando encuentro una forma que me interesa, no actúo de modo directo, necesito una mediación. Observo los signos y trato de acercarme a ellos; mirar, dibujar, en el proceso recrearlos», comentó en su catálogo Pliegues (2004).

Dibujos, imágenes intervenidas, esculturas e instalaciones configuran un microcosmos lábil que da cuenta de sus pulsiones, de lo que deviene siniestro, o de las heridas dolientes que acontecen en el devenir del mundo y de la existencia. Poco puede hacer la acción artística, salvo reservarse cierto papel taumatúrgico y narrativo para indagar en lo que no puede ser puesto en forma de modo cabal.

Queda siempre un resto de sentido, una sombra inefable como parece interpelar, desde lo velado, esta enigmática instalación que titula Sombra (2008). Una acción restringida a los lenguajes del arte, a su sintaxis visual, le permite activar una llamada a transformar nuestra subjetividad reflexiva.